viernes, 16 de septiembre de 2016

Breve Historia de Mama Antula








Venerable sierva de Dios Madre María Antonia de San José

(María Antonia de Paz y Figueroa)

EL OBISPO DE SANTIAGO DEL ESTERO PRESENTA ESTAS PAGINAS


María Antonia de Paz y Figueroa constituye una de las expresiones más fuertes dentro de la historia de la Iglesia en la Argentina – de dinamismo laical evangelizador.

Animada por el Espíritu Santo, esta mujer excepcional se comprometió con los hombres de su tiempo anunciando apasionadamente, sobre todo a los padres, la Buena Noticia de Jesucristo.

En nuestra época, en que se presta particular atención a la participación de los fieles en la tarea apostólica y misional de la iglesia, consideramos muy oportunas e iluminadoras estas paginas, especialmente para el laicado del Cono Sur de America Latina.

Monseñor Manuel Guirao
Obispo de Santiago del Estero
Republica Argentina

Imprimatur




Vocación Santiagueña
María Antonia de Paz y Figueroa nació en la Argentina, en la provincia de Santiago del Estero, en el año 1730.
Desde muy chica, ella comprendió que por el bautismo recibido era hija de Dios, y por eso confiaba mucho en el Señor, vivía segura de que Dios nos ama a todos.
A medida que iba creciendo, los sacerdotes jesuitas (también llamados Padres de la Compañía de Jesús) la guiaron en su vida cristiana.
Cuando tenia quince años, María Antonia decidió consagrarse al Señor, ser toda de Dios. Ella entendía que , para ser dócil al Espíritu de Dios hace falta ser pobre; por eso renuncio a las comodidades y al bienestar de su familia, siguiendo para siempre vivir pobre y morir pobre.
De ahora en adelante se llamaría María Antonia de San José. Más familiarmente le dirán: “Madre Antula”.
Se reúne con algunas amigas y compañeras, entre ellas: Juana Luna, Ramona Ruiz, Manuela Villanueva Inés, María Ignacia, etc. se van a dedicar a enseñar catecismo, a cuidar enfermos y a atender a gente pobre.
En una carta, M. Antula cuenta que a la gente le llamaba la atención ver lo muy unidas que eran entre ellas.

LOS JESUITAS
Habían pasado algo más de doscientos años de la llegada de los españoles a America.
Junto con los conquistadores, vinieron misioneros. Entre ellos estaban los Padres Jesuitas (fundados por San Ignacio de Loyola) que trabajaron mucho con los pueblos indígenas, respetando y desarrollando su propia cultura, y ayudándolos a encontrarse con Dios.
Tuvieron fama las “Reducciones” de los Jesuitas en la Argentina y en el Paraguay. Allí, la gente guaraní vivía muy bien organizada, con mucha libertad y en fraterna armonía cristiana, expresando sus habilidades, su arte, su ingenio, en actividades que hasta hoy admiramos.
Además del trabajo en las Reducciones, los Jesuitas fundaron Colegios y también Casas de Ejercicios Espirituales, a donde iba la gente a quedarse durante varios días, para hacer un Retiro, aprendiendo a ser mas fieles a Dios.
Pero en 1767 sucedió un hecho grave. Los Padres Jesuitas que en Europa habían sufrido durante años atropellos y persecuciones fueron expulsados de America.
El 9 de agosto de 1767 los echaron de Santiago del Estero.
El Padre Jesuita Pera más, en su “Diario del destierro”, se refiere a su paso por Luján: “El 11 de agosto pasamos a Luján, población a doce leguas de Buenos Aires. El Cura y el Dr. Bejarano, muy afectos nuestros, lloraban sin poder hablarnos, porque el Ilustrísimo Sr. Don Manuel Antonio de la Torre había prohibido a todos sus feligreses, bajo pena de excomunión, no solo que  nos hablasen, sino mas aun que nos socorriesen. En esa Villa recibió orden Bobadilla, el jefe que mandaba la expedición, para que sin entrar en Buenos Aires nos llevase a los navíos”.
Toda la gente se lamentó mucho de la partida forzada de los sacerdotes. El pueblo guaraní de S. Luis presentó en su lengua una nota al Gobernador de Buenos Aires, Sr. Bucarelli, pidiéndole que no le quitara a los jesuitas. Le decían, entre otras cosas: “Sr. Gobernador, con las lágrimas en los ojos te pedimos humildemente dejes a los santos padres de la Compañía, hijos de San Ignacio, que continúen viviendo entre nosotros y que representes tú esto mismo a  nuestro Rey, en el nombre y por el amor de Dios. Esto pedimos con lágrimas todo el pueblo, indios, niños y muchachos y con más especialidad todos los pobres”.
María Antonia sentía en carne propia la angustia de este desamparo.

La Misión de María Antonia
Dios, que quiere que todos lo hombres se salven, despertó en el alma de M. Antonia el deseo de continuar la obra preferida de los Jesuitas: los Ejercicios Espirituales.
Era una empresa difícil. M. Antonia, mujer de fe, no se asusto por su enorme confianza en Díos.
En 1768, a los treinta y ocho años de edad, va a comenzar su misión apostólica. Antes se dirige a la habitación – capilla donde ora a San Francisco Solano, y allí invoca María Antonia al Santo de los Santiagueños:
San Francisco Solano que al eco de tu violín llamabas a que la muchedumbre oiga mi voz.
Francisco Solano, que viniste en esta tierra, haz que vuelva a producir frutos de santidad!
Francisco Solano, que tan fielmente cumpliste la misión que Dios te diera, ruega para que yo cumplir la mía!
Bendice la obra que emprendo, Francisco Solano, apóstol de los Santiagueños!
M. Antonia comienza a exponer su plan, invita, explica… Pero al oírla la gente se extraña. Algunos dicen: “¿habrá perdido el juicio?” Los parientes, las antiguas amigas, el grupo de sociedad encumbrada de Santiago la escucha sorprendida. ¿Los Ejercicios? Eso estaba bien en otros tiempos; ¿Pero ahora? Y, además, ¿Quién es ella para meterse en esas cosas?
La idea parece un disparate. Nadie de esa gente le hace caso.
No importa, están los otros: los humildes. Y a ellos se dirige M. Antonia. Los sencillos, los pequeños: desde los tiempos de Jesús fueron los primeros en responder al llamado.
M. Antonia deja la ciudad, se va al campo;  metiéndose en el monte visita rancho por rancho, una familia tras otra, invitando a los Ejercicios Espirituales. Les habla en quichua, la lengua de la región. Les dice: “¿Se acuerdan cuando estaban los Padres, que ustedes querían? Bueno ahora También abra Ejercicios en la ciudad. Pueden venir todos. Durante unos días van a estar juntos en una casa: allí van  dormir, van a comer y van a oír contar las cosas de Díos”.

Los pobres le prometen ir.
La primera tanda de ejercicios se hace para hombres. Llegado el día, frente a una casa particular de la ciudad se ve llegar a una multitud: indios, mestizos, campesinos, negros esclavos. Cada cual con su paquetito de ropa en la mano. Algunos venían de lejos. Habían cabalgado muchas leguas para poder llegar.
María Antonia se encargo de dar ella misma esos Ejercicios que duraron diez días. La gente se quedó muy contenta.
El entusiasmo de M. Antonia y sus compañeras fue contagioso. Ahora les tocaba el turno de las mujeres. Esta vez el público sería aún más numeroso. Algunas damas de la sociedad, atraídas por lo que decía, se unieron a las esclavas, empeladas domésticas y campesinas, para hacer el Retiro Espiritual.
Pronto fue necesario buscar una casa más grande. Se hacían los Ejercicios con cada vez más frecuencia. Varios Sacerdotes colaboraban predicando los Ejercicios y confesando a la gente.

La Peregrina

Cuando ya todos los habitantes de la ciudad de Santiago del Estero habían tenido ocasión de hacer los Ejercicios, M. Antonia pensó en las vecinas poblaciones de Silípica, Soconcho y Salalvina. Más irá a Catamarca, La Rioja y Córdoba.
En septiembre de 1773, el Obispo de Tucumán, Monseñor Moscoso y Peralta, le aprueba con entusiasmo la obra que esta realizando y bendice de parte de Dios a todos los que hacen Ejercicios.
La Madre Antula va a empezar entonces su gran apostolado como peregrina.
Descalza, con sandalias de cuero, un pequeño niño-Dios colgado del cuello, parte a pie, hacia Córdoba, con algunas compañeras.
Lleva en su mano una larga cruz (1) María Antonia conocía y creía en la fuerza tremenda de la Cruz, se apoyó siempre en ella y la puso de manifiesto en toda su vida.
A su paso los pobres le muestran su cariño. Las madres les presentan a sus chaguitos para que ella los bendiga. Hombres del campo, de natural retraídos, se preocupan por ella, la hacen mil advertencias: que las víboras, que el jaguar, que las manadas de chanchos del monte…
Temen por su vida, intentan retenerla, hacerla volver. Le dicen: “Mejor es volverse Mamacita Antula, volver al poblado en donde la esperan”.
Pero M. Antonia les sonríe y en suave lengua quichua les responde: “No teman, amigos Dios me ha de cuidar”.

Durante la larga travesía, en medio de las sierras, de pronto un enorme puma les cierra el paso. Las compañeras de María Antonia retroceden, aterradas. Pero ella se mantiene serena y hace a Dios esta oración: “Si por mi causa han de sufrir la muerte estas pobres, toma mi vida, Señor, sea yo la primera victima!”. Y avanza, da media vuelta y se pierde en la espesura de los matorrales.
Comienza las tandas de Ejercicios en la ciudad de Córdoba. Participan cada vez de doscientas a trecientas personas.
En una carta al Padre Juárez, M. Antonia le dice: “Por la singular misericordia de Dios, no ha habido dificultad ni para albergar tanta gente ni para alimentarla. Todo se arregla con las limosnas espontáneamente ofrecidas. Confiamos solo en Dios!. Todos los habitantes quieren hacer los Ejercicios, de suerte que al comenzar una tanda, están ya llenas las listas de la siguiente”.

(1)  Esa cruz y la imagen del Niño-Dios s conservan en la Casa de ejercicios de Buenos Aires.

El viaje a Buenos Aires
Otro proyecto asomando a la mente de la Madre Antula: ¿y por qué no viajar a Buenos Aires?
En una carta al Padre Juárez, le dice: “Puedo decirle que jamás doy un paso, en este asunto de los Ejercicios, sin entender primero que el Todopoderoso lo dispone”. Y más tarde le escribe: “Me parece que Dios me lleva como por a mano a Buenos Aires, y quiere valerse allí de esta, su indigna y miserable sierva”.
Un día, M. Antonia alista su equipaje: su Virgen Dolorosa, de quien no se separa; ella conocía y creía en la gran fuerza de la Virgen Dolorosa y por eso la llevaba siempre consigo para que evangelizara: toma su Niño-Dios, su Cruz, y una capa para protegerse del frío.
Varias compañeras deciden seguirla. Desde Córdoba, emprenden camino hacia Buenos Aires. Ahí llegarán en el mes de Septiembre de 1779.
Hacen ese largo trayecto a pie y en pleno invierno, superando toda clase de dificultades y peligro: frío, tempestades, malhechores, hambre sed… Además de fatiga de recorrer a pie casi doscientas leguas!
Se conoce el relato de su paso por Lujan: “en septiembre de 1779, llegaba a Santiago del Estero y cruzaba la Villa de Luján camino a Buenos Aires, la Madre Antonia de Paz y Figueroa, llamada comúnmente la “Beata de los Ejercicios”. Aquí saludaba a Nuestra Señora de Lujan y conocía a su cura, el Dr. Cayetano Roo, que tenia Ejercicios destinados exclusivamente a ciegos en 1785. Su paso por el santuario lo explican cuantos estudiaron sus obras”. (2)
¿Cómo va a ser la acogida en Buenos  Aires? Al verlas, con ese aspecto tan pobre, fatigadas, maltrajeadas, cubiertas de polvo, la gente las toma por locas, las trata de “brujas”, les hacen mil burlas y hasta algunos les tiran piedras. M. Antonia y sus compañeras se refugian en la iglesia de la Piedad. Ofrece sus oraciones y su afiliación a Nuestra Señora de los Dolores. Estando allí, Dios la consuela, mostrándole que su obra en Buenos Aires va a dar mucho fruto y va a ser duradera.
Veinte años más tarde, al morir la Madre Antula será enterrada precisamente en ese templo de la Piedad.
Puede verse hoy una urna que guarda los restos mortales. Siempre hay flores, dejadas por muchas personas que se acercan a ella para rezar y pedirle favores.
(2) “Anales de Nuestra Señora de Lujan” de Monseñor Presas.

Los Ejercicios en Buenos Aires
En Buenos Aires, lo primero que hizo M. Antonia fue pedir permiso a las autoridades de la iglesia y del Gobierno para abrir una Casa de Retiros, donde se darían Ejercicios Espirituales.
Pero sucedió que tanto el Obispo, Monseñor Sebastian Mollar, como el Virrey, Juan José Vértiz, se opusieron a sus deseos. Nueve meses demoró su autorización el Obispo. Lo hizo – como el  mismo dijera después- para probarla, y para estar seguro de que se trataba de una obra del Señor. Cuando vio claramente que era cosa de Dios, el Obispo le ayudó mucho, hasta pagando el alquiler de las dos Casas de Retiro.
Los Ejercicios se predicaban de la manera como lo enseñó San Ignacio. Duraban ocho días, y se hacían en completo silencio.
Eran gratuitos y se recibía a toda clase de gente.
En una carta M. Antonia dice que “el alimento lo da Dios, muy sobrante y sazonado, con que logra complacer a todos”. Se alegra también de que participan, todas mezcladas, señoras “de la sociedad” con empleadas domesticas, mestizas y de color, por que así no se malogra el fruto que ofrece el mismo Jesucristo, que nunca hizo diferencia entre las personas.
Dios bendecía su obra y mostraba admirablemente su providencia, haciendo que no les faltara lo necesario.
Un día no había pan para dar a tanta gente. Imposible ir a comprar, porque los negocios estaban cerrados. Una de sus compañeras le informa a la Madre Antula. Ella dice: “Vaya, hija, a la portería, que allí lo hallará”. Obedeció la orden y encontró dos canastos llenos de pan dorado y sabroso que nadie supo quién había dejado ahí!.
Otra vez, necesitaba algún postre para ofrecer a los que hacían ejercicios. Pero no había nada! Sale M. Antonia a la puerta, y encuentra un muchacho con dos bolsas de porotos. Le dice: “Hermano, déme esos ricos pelones que trae pues necesito para postre”. “Que no son pelones, Mama Antula – dice el muchacho – Traigo porotos blancos”. Pero ella insiste: “Por favor, abra las bolsas”. El las abre y con gran sorpresa ve que están llenas de duraznos pelones! Esos que la Madre necesitaba para el postre…
En todos los momentos de preocupación, o de necesidad, ella siempre decía: “Dios proveerá”. O también: “Manuelito nos va a darlo que pedimos” (Así lo llamaba al Niño-Jesús). O decía: “Nuestra Abadesa (La Virgen de los Dolores) nos va a conseguir eso; vayan a pedírselo”.
Y Dios nunca defraudo su confianza tan grande.
Incesantemente, uno tras otro, distintos grupos muy numerosos pasarán por la Casa de Ejercicios. Haga frío o calor, en todas las estaciones, allí permanecen, durante ocho días, para rezar y para escuchar hablar de Dios. Nunca eran menos de doscientas personas por semana. Y a veces eran hasta cuatrocientas.
Se calcula que, durante los veinte años que vivió M. Antonia en Bueno Aires, hicieron Ejercicios entre ochenta mil y cien mil personas.



La Casa de Ejercicios
En los primeros años en Buenos Aires, M. Antonia vivio y Organizo Ejercicios en esas casas alquiladas.
Pero en 1793, se entusiasmo con la idea de construir una Casa de Ejercicios. En una carta al Sr. Funes, le dice: “Estamos procurando actualmente empezar a edificar la Casa para establecer en forma continuada y perpetua los Ejercicios en esta Capital”, y agrega, santamente, armoniosa: “Yo procuro obra grande, como de Dios y para Dios”.
Y la intrépida santa mujer logró su propósito, al cabo de enormes esfuerzos.
Hoy en día, cuando uno llega a la avenida Independencia 1190, en el Centro de Buenos aires, se encuentra con la hermosa Casa que M. Antonia consiguió edificar.
Tiene grandes patios de forma cuadrada, arbolados; todo alrededor de cada patio hay blancas galerías con arcadas, adonde dan los cuartos (o “celdas”) de los que hacen Retiro. Se conservan la misma Capilla y el mismo comedor de aquella época. Espaciosa y sencilla, la construcción es una verdadera hermosura. Una parte del edificio ha sido reconstruida, y se han hecho algunas modificaciones.
En uno de los patios, la Madre Antula planto en medio una gran Cruz. La Madre era muy devota de la Santa Cruz. La Cruz, señal de salvación que nos trajo Jesucristo, El quiso perdón para los pecadores y salud para todos.
En este gran patio sucedió una vez un hecho asombroso. Un hombre que estaba haciendo los Ejercicios, de repente se enloqueció. Y con un puñal hirió a algunos de sus compañeros. Tenia tanta fuerza que no conseguían sujetarlo. Los soldados de la guardia llegan entonces con orden de fusilarlo. Pero se entera la Madre Antula. Afligida, corre al patio y le ruega al capitán que espere, que no tiren. Se acerca luego al demente y le pide el cuchillo. El hombre repentinamente cambiado, se lo entrega mansamente. Así, de golpe, quedó sano y pudo terminar su semana de Ejercicios.
Otra vez, en plena construcción de la Casa de Ejercicios, un albañil que está colocando una Cruz arriba de la entrada principal se cae de un andamio, desde ocho metro de altura. El pobre hombre queda tendido en el suelo, sin conocimiento y como muerto. Sus compañeros llaman con urgencia ala Madre Antula. “No puede ser – dice ella -  no ha de haber muerto, porque en la Cruz esta la salvación y la vida”. Rezó un momento, como esperando algo, hasta que volvieron a llamarla, asegurándole que el hombre estaba realmente muerto. Ella entonces fue y tocándole un brazo le dijo: “Levántese, hijo, que no es nada lo que tiene”.El hombre se levanto en seguida, volvió a subir al andamio y termino de colocar la cruz, como si nada le hubiera sucedido…
M. Antonia se siente fuerte, en su debilidad, con la fuerza misma de Dios. En una carta dice: “Su diestra es omnipotente, y en tanto participamos de Su Fuerza, en cuanto confiamos menos en los Auxilios humanos”.
Gracias a los Ejercicios, Buenos Aires se va transformando. El Obispo dice: “Si M. Antonia  supiese el gran bien que hace con los Ejercicios Espirituales, enderezando los desordenes y las costumbres viciosas, jamás querría dejar de continuarlos y de extenderlos”.
No le basta a la M. Amtula albergar a los miles que pasan por la Casa de Ejercicios. Ella sale a buscar a los que no vienen. Se la ve, ya anciana, en los barrios más marginales de la ciudad, con prostitutas, con malhechores…¿Acaso no ha de llegar a ellos también la Buena Noticia de Jesucristo?
Obtiene luego permiso para ir a la cárcel; allí entre los presos, será para ellos una señal, del amor de Dios.
De muchas provincias le escriben, porque necesitan de su apostolado. También de Montevideo, adonde a pesar de las enfermedades y sus sesenta años, irá finalmente, permaneció tres años y abriendo una Casa de Ejercicios. El 7 de Marzo de 1799, luego de una corta enfermedad, muere santamente María Antonia de San José, para entrar definitivamente el gozo de su Señor. Tenía 69 años.
En su testamento, al referirse a la Casa de Ejercicios, dice que quede bien en claro que la Casa es para este fin “para dar Ejercicios todo el Año, sin más intervalos que los que dictará la prudencia y la necesidad como, auxiliada de Dios, lo ha practicado mi debilidad. A consecuencia encargo, por la sangre de mi redentor, sean admitido como lo dictan las leyes de la ciudad y preferidos, si es posible, los pobresitos del campo”.
En esta Casa de paz y sosiego, hoy como hace más de doscientos años, se siguen predicando los Ejercicios Espirituales para hombres y mujeres, jóvenes y adultos.
Las buenas Hermanas de la Congregación del Salvador continúan muy generosamente la obra de su Fundadora.
Se puede visitar hoy la celda donde murió esta santa mujer.
Allí están reunidos los más precisos recuerdos. Podemos rezar delante de su cruz, que la acompaño en sus peregrinaciones. Y delante se su “Manuelito” que siempre llevaba en el cuello.
El 30 de septiembre de 1905, reunidos los Obispos argentinos, enviaron al Papa una carta pidiéndole que empezaran los trámites para considerar un día SANTA a María Antonia de la Paz y Figueroa.
El 8 de agosto de 1917, el Papa Benedicto XV firmo el decreto que introducía la Causa de la Sierva de Dios.
Como cristianos y argentinos, deseamos vivamente que esta ejemplar mujer santiagueña que tanto amó a Dios y a los hermanos – sobre todo a los más pobres – sea algún día venerada por la Iglesia en los altares.


“Los pobres son el “sacramento” de Cristo”.

Desde los pobres hacia todos.

El pueblo evangeliza al pueblo.

Todo esto se da por:
-La fuerza tremenda del BAUTISMO en el pueblo pobre.
(Se subraya pobre, porque la POBREZA es condición para que el Reino de Dios se introduzca en nosotros y nos haga participes de los bienes invisibles).

-La fuerza tremenda de la CRUZ.

-La fuerza tremenda de la VIRGEN MARIA

Porque cuando la gente recibe el Bautismo y se pone al amparo de la Virgen y de la Cruz, allí se encuentra la fuerza que necesita para vivir cristianamente.








A MANERA DE PROLOGO

El Pueblo de Dios en America Latina ha escuchado el llamado de una NUEVA EVANGELIZACION dirigido por el Papa Juan Pablo II.
El Santo padre nos ha señalado con claridad las cuatro vías de este amplio camino:
                CRISTO
MARIA
LA IGLESIA
LOS POBRES

Nuestros Obispos, por su parte, las han propuesto a todos los cristianos argentinos.

Al emprender este mundo del Evangelio tendiente a lograr el encuentro del pueblo con Dios, recordamos a esos millares de hombres y mujeres que evangelizaron las tierras latinoamericanas y, en particular, nuestra Patria.

Entre tantos nombres, surgen dos: MARIA ANTONIA DE PAZ Y FIGUEROA, en Santiago del Estero (1730) y el sacerdote JOSE GABRIEL BROCHERO, en Córdoba (1840).

Ambos fueron dos apóstoles audaces: tuvieron confianza en la capacidad evangelizadora del pueblo humilde y seguros de la predilección de Dios por los pobres, los trataron ellos también como sus preferidos.

La Iglesia Latinoamericana, en Medellín y en Puebla hizo suya esta OPCION PREFERENCIAL, inspirándose en lo que el mismo Jesucristo nos había enseñado.

Que el testimonio elocuente de María Antonia de Paz y Figueroa, intrépida mujer santiagueña de tanta FE y espíritu renovado para lanzarnos con ESPERANZA por las sendas de la NUEVA EVANGELIZACION.


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